sábado, 18 de agosto de 2012

Frente a frente

Durante un instante, sus miradas se cruzaron. Ambos se reconocieron. Reconocieron las facciones del otro y recordaron todos los momentos que habían pasado juntos. Su infancia, sus juegos, también sus rivalidades, pero como un juego de niños. Sus caminos separados y, repentinamente, ese encuentro. Durante un instante, Juan no llevaba su armadura de antidisturbios, ni Ricardo su pañuelo palestino. Sólo durante ese instante. Juan le golpeó la cabeza mientras gritaba "Que no me mires, coño".


Ricardo bajó la cabeza, y sin embargo el dolor de Juan no desapareció. Durante años, Juan había esperado volver a encontrarse con él. Comparar sus vidas, sus triunfos. También sus derrotas. Sus continuas derrotas a partir de una única decisión, la cual le marcaría durante el ersto de su vida. Ni el sueldo, ni el televisor de plasma, nada podía paliar el dolor de Juan. El dolor que apareció con la mirada de Ricardo. Y aquella no fue una mirada burlona, o intimidante, como Juan hubiera pensado. Era una simple mirada triste.

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